Más allá del cuerpo

Pedro Medina

Ayer una activista de Femen irrumpió en un acto de VOX. Es una forma de protesta ya habitual donde el cuerpo sirve de medio para llamar la atención, provocar, reclamar… Habrá quien esté de acuerdo y quien no comparta las maneras, pero sin duda Femen ha sido uno de los colectivos que mayor popularidad ha adquirido para lo que, en definitiva, es una larga historia de “resistencias”, donde este término es sinónimo de construcción social.

María Carbonell se hace eco de estas reivindicaciones para crear un llamativo y logrado caso de “estética de la resistencia” contra lo establecido, como si Susan Sontag sonara de fondo, demostrando una actitud encaminada a entender la obra de arte como mecanismo de representación de las fracturas de un momento determinado gracias a una sensibilidad crítica capaz de cuestionarlo y pensar en otro mundo posible.

Pero más allá de estas formas de protesta, descubre, para la sorpresa del espectador, una historia que va más lejos para desgarrar derechos y modelos que se perpetúan en el tiempo. De esta manera, la actualidad acaba conduciendo a la encarcelación de la histórica líder sufragista Emmeline Pankhurst, y la reacción que tuvo una de sus seguidoras a su encarcelamiento rajando un Velázquez: belleza por belleza, visibilidad por visibilidad, herida por herida, ofensa por ofensa… siempre para mostrar sus exigencias en la esfera pública y aumentar su eco.

Desorden en el supuesto orden para demandar otra forma de construir un sistema, nuevas leyes que regulen las relaciones entre sus habitantes. Pero cada cambio lleva aparejadas sus reacciones. En el siglo XIX, paralelamente a las manifestaciones de las sufragistas, desde las artes se crearon mitos que proyectaban amenazas. Uno de los más famosos fue el de la ‘femme fatale’, del que, entre otros, habla Bram Dijkstra en su “Ídolos de perversidad”, donde se representa a las mujeres carentes de toda función que no fuera la puramente sexual y reproductiva, señaladas como seres siempre dispuestos a conducir a los hombres de vuelta al paraíso ficticio de la materialidad erótica, lo que conllevaría su perdición, atraídos por una belleza diabólica.

Diversas Lulús y Salomés poblaron los relatos de Flaubert, Laforgue, Wilde, Wedekind, Hofmannsthal o Heinrich Mann, o los cuadros de Munch, Moreau, Beardsley, Klimt… Rastros de esta ‘femme fatale’ perviven desde Poe hasta Baudelaire, con Zola, Swinburn, D’Annunzio y tantos otros dentro de esa incubación de un sentimiento común. Ya sea como esfinge, vampiresa o Judith, mira con esos ojos llenos de deseo, inconfundible perversión y perdición.

Los tiempos han cambiado, pero sigue habiendo trogloditas y se siguen construyendo iconologías del miedo; el camino siempre más rápido para la manipulación y el freno al avance social. María Carbonell representa con impacto otras artes para la historia de un necesario feminismo que quiebre el transcurrir patriarcal de los siglos. Nos hace pensar así en la posibilidad de un espacio para una nueva constitución de lo real. Las obras de María Carbonell remiten, en suma, a nuevas formas que consideren ética, política y poéticamente el contexto global para poder vivir un nuevo tiempo donde irán cobrando forma otras resistencias. En este contexto queda entonces una pregunta: ¿desde dónde miramos estos procesos?