Artificial landscapes
de MARÍA CARBONELL

Octubre 2020

Por Adonay Bermúdez

Hace un par de años, de una manera totalmente fortuita, María Carbonell (Murcia, 1980) se rencuentra con la obra del italiano Mimmo Rotella, seguramente uno de los artistas más influyentes de mediados del siglo XX. Fue entonces cuando sintió la pulsión de revisar su conocido décollage, atraída por la espontaneidad que supura un acto a priori tan fútil como rasgar carteles publicitarios para posteriormente configurar una obra con los trozos resultantes. Teniendo en cuenta que ya nuestra artista presentaba un especial interés por la ruptura de la imagen –de ahí su obsesión por recopilarlas de Internet-, ahora da un paso más allá, abandona lo alegórico y se adentra en el azaroso terreno de lo literal: recolecta, desgarra, despedaza y descontextualiza.

Como es habitual en su trabajo, Carbonell nos ofrece una narrativa subvertida que ha sido construida por fracciones que superpone, generando un escenario enmascarado y componiendo una belleza desconcertante e incómoda a partes iguales. La artista se mantiene fiel a su línea conceptual caracterizada por plasmar situaciones de insurrección o resistencia, donde exhibe una defensa a ultranza de una miscelánea de valores que para ella son fundamentales para conseguir el bienestar general. Si bien es cierto que en series anteriores la contundencia de sus representaciones  y discursos estaban planteados de una forma directa y certera, ahora propone abordar el conflicto desde un posicionamiento más disfrazado y, por ende, más complejo a la hora de descifrarlo. Esta iniciativa es fruto de una investigación previa que hace la artista, buscando nuevas fórmulas para entablar conversaciones con el público y mostrarnos sus preocupaciones que giran en torno a la enfermedad, al dolor, a la violencia o a la igualdad de género. En este sentido, Artificial landscapes exhibe toda una ristra de idílicos y tropicales paisajes surtidos de una exuberante vegetación que, lejos de sumergirnos en una atmósfera placentera, representa instantáneas de bosques de Brasil, Colombia o Filipinas -todos ellos en grave riesgo- que actualmente están desapareciendo debido a la tala descontrolada fagocitada por gobiernos corruptos.

Partiendo de la diferencia existente entre paisaje, entendido como espacio artificial, y naturaleza, como espacio primitivo –si es que a estas alturas tal cosa existe-, Carbonell se recrea en el primero, erigiendo híbridos pictóricos que bailan en los lindes de lo real y lo imaginado. La artista recurre a uno de los géneros artísticos más empleados a lo largo de la historia pero llevado a cabo desde una perspectiva más contemporánea, explorando una vertiente más abstracta -casi nula en sus producciones anteriores- y evidenciando su interés por la experimentación y el consiguiente cambio de lenguaje(s).

María Carbonell nos obliga a cuestionarnos el significado de realidad o, por lo menos, a plantearnos otra manera de reconsiderarla o de abordarla semánticamente. Es evidente cómo la artista fracciona la información –como cualquier otra manifestación artística, en mayor o menor medida- pero destaca especialmente la forma de ampliarla, aportando una multitud de prismas o capas que maximiza el conjunto de señales que percibe el receptor. Guiñemos un ojo, por tanto, a ese Nouveau Réalisme de la década de los 60 del que María Carbonell tanto ha bebido para configurar las obras que nos acontecen, proponiendo la apropiación de dicha realidad para posteriormente deslizarla por un proceso de reciclaje tanto poético como matérico.

En nuestra artista juega un papel crucial la relación entre contenido y continente o, lo que es lo mismo, entre concepto y materia, estableciendo lo que para ella es el entorno perfecto para incidir emocionalmente en el espectador y ser capaz de transmitir toda una serie de planteamientos históricos y socioculturales. Cuida de sobremanera la plástica, entrecruzando con soltura el óleo, el esmalte o el acrílico combinados con materiales como la tela, el papel o el plástico. Carbonell aglutina todo un surtido de texturas, referencias y pensamientos que (re)mezcla con gran precisión para engendrar una escenografía efervescente. Asimismo, anula, en la mayoría de los casos, el origen de cada uno de los recortes y provoca, por tanto, que seamos incapaces de reconocer su procedencia -aunque seguramente sintamos una familiaridad que nos cueste traducir-.

La artista nos deleita con una revisión del arte desde su concepción plástica pero también histórica. A la citada recuperación del décollage de Mimmo Rotella, sería oportuno apuntar también como Carbonell se adueña de superficies, principalmente extraídas de tejidos, que localiza en representaciones pictóricas para construir una especie de estampados que han sido concebidos tras la repetición sistemática de un mismo elemento. De esta forma, nos tropezamos con parte de un vestido que aparece en el lienzo de Trois femmes, formes, couleurs (1925) de Sonia Delaunay a golpe de barra de óleo o los pliegues de la indumentaria de Giovanna Cenami plasmados en El retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (1434) del pintor flamenco Jan van Eyck. Relevante sin duda este último pues, al igual que en las obras de la artista murciana, está colmado de detalles, dejando claro que no hay nada dispuesto al azar.

En un acto de destreza, la artista exhibe un compendio de superposiciones, de capas sobre capas –algunas de ellas casi imperceptibles al ojo humano-, como si de sedimentos urbanos se tratase. Selecciona el paisaje, lo confisca, lo inmortaliza y lo arropa con franjas, una a una, en un intento de protegerlo de la virulencia de agentes externos. Tarea baldía, como se ha visto, pues las trompetas del Apocalipsis y el clamor de los activistas medioambientales ya han empezado a sonar. En esta misma línea, sería lícito recordar las palabras en forma de bofetada de Emma Goldman cuando sentenció diciendo que una y otra vez, las personas han sido tan estúpidas para confiar, creer y apoyar hasta su último penique a los aspirantes políticos, sólo para hallarse a sí mismos traicionados y engañados.

María Carbonell indudablemente nos habla de la relación indisoluble entre individuo y paisaje, pero también lo hace de procesos de transformación y del binomio exotismo/decadencia. Nos interpela con un espray rosa que enhebra pasado, presente y futuro y nos presenta una enciclopedia visual repleta de fogonazos cromáticos, texturas y desgarros. Nos zarandea con geometrías y reflexiones marcadas por el compromiso social y nos sumerge entre fricciones, roturas y yuxtaposiciones. Carbonell, en constante experimentación, indaga sin cesar la forma de dilatar su pintura y abordar un lenguaje propio que madura con cada pincelada.